Hola, a todos.
Bien. Después de un receso relativamente largo, en que me he dedicado sólo a mandarles fotos, me he dado el tiempo de escribir un nuevo capítulo de nuestra saga japonesa. Los eventos se precipitan en nuestra vida. El próximo mes viene mi mamá a Japón por tres meses, y en Marzo, Mayo y Junio me esperan sendas conferencias en Kyoto, Singapur, y Tokyo. Eso significa que se avecina una avalancha de experiencias y fotos que registrarán esas experiencias. Así que mejor me pongo al día con ustedes.
Hoy 3 de marzo es el día de uno de los festivales más encantadores de Japón: el hinamatsuri, "festival de las muñecas", o "festival de las niñas", el 3 de marzo. Es el momento de festejar a las hijas, rezar por su salud y éxito, y alegrarse de tenerlas en la familia. Todo por estos días se llena de los ohinasama, esas parejitas de emperador/esposa, (aquí, en versión papel, http://spl09.esst.kyushu-u.ac.jp/gallery/jardin/aaf). Incluso me aprendí la primera estrofa de la canción típica, "Ureshii hinamatsuri", para estar a tono. No es feriado, pero como tantas otras fiestas tradicionales, eso es un detalle. En televisión, en los afiches publicitarios, en los supermercados, todos lo recuerdan. No pasa inadvertido en este país.
Como tampoco pasa inadvertido el hecho de que los japoneses tienen cierto talento para hacer las cosas más complicadas que lo normal. Por alguna razón, las cosas simples no existen acá. Y de eso se trata justamente nuestro capítulo de hoy. Ojalá les guste.
Saludos,
Víctor
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Fukuoka monogatari Capítulo 17. Los japoneses, y el arte de complicarse la vida.
Japón es un país de rica tradición, y los japoneses creo están razonablemente orgullosos de ella. Y si bien es cierto todas esas tradiciones cohesionan a este pueblo insular, dándole carácter, a la vez lo vez lo atrapan en una serie de ritos, costumbres o manías que, para nosotros occidentales, son muchas veces difíciles de entender, y en ocasiones nos pueden causar risa o desesperación.
Cuando nos mudamos desde el hotel donde vivimos inicialmente a nuestro departamento actual, ello implicó cambiarse también de "ciudad" (de Onojo-shi a Kasuga-shi), con el papeleo implícito de traspaso de información entre ambas municipalidades. Estaba yo en eso, con la ayuda de Daiki, uno de los alumnos de Hada, y como él tampoco sabía a qué mesón ir, preguntó en informaciones. La señorita le pasó una hoja impresa con un detallado mapa, con el cual era imposible perderse. Pero entonces ella nos empezó a explicar que en realidad el mapa tenía un pequeño cambio, porque alguna oficina del segundo piso se había trasladado a otra ubicación. Nosotros no íbamos realmente al segundo piso, y esa oficina no tenía ninguna importancia para nosotros, pero no pudimos llevarnos el mapa sino hasta que ella logró comunicarse por teléfono con alguien, le dieron la información actualizada, y la registró en la copia del mapa que nos dio. Al final, su esfuerzo era completamente irrelevante, pero esta mujer sentía la responsabilidad de darnos la información precisa.
Este pequeño incidente, que incluso a Daiki le pareció divertido, muestra hasta qué punto el sentido de lo que "se debe hacer" supera la conveniencia "inmediatista". Bastante opuesto a nuestra manera latina de ver las cosas. A veces, sin embargo, no es tan divertido, como aquella vez que fui a preguntar por recorridos de buses, y la señorita del mesón me dio una larga explicación, y comenzó a traducirme al inglés prácticamente todo el folleto, sin levantar nunca la cabeza ni darme oportunidad de decirle "ya es suficiente", teniéndome por largos minutos parado sin hacer nada.
Por cierto, yo pequé de inocente en aquella ocasión, dejando fluir esa obsesión por la perfección. Ahora ya estoy más alerta. Pero desafortunadamente, aunque uno quiera, no se puede huir de todo. El mejor ejemplo de eso es la basura. Aquí no es como en Chile, donde uno simplemente bota los desechos en el tarro de la cocina, o por el incinerador del edificio, y luego "alguien" se hace cargo de eso. No es tampoco como en Chile, donde uno puede ir tomando un helado tranquilamente por la calle, y llegado el momento de botar el palito o papelito, no tardará en encontrar un basurero donde hacerlo para que "alguien" se haga cargo. No. Éste es un país que recicla su basura. Obsesivamente. Los desechos combustibles, las bandejas blancas en que viene la carne en el supermercado, las botellas de PET, las latas, las botellas de vidrio, todo va en sus propias bolsas, y se botan en días determinados del mes. Cada domingo y cada miércoles, hay que sacar la bolsa del color correcto antes de las 10 de la noche, e ir a dejarlo al punto de recolección más cercano. En los "conbini" y en los supermercados, basureros separados para latas, bandejas blancas y envases tetrapak, esperan ser llenados. Y los japoneses los llenan. Ni siquiera en la Universidad nos salvamos. Acostumbrado a la comodidad chilensis de que alguien viniera a barrer la oficina cada cierto tiempo y vaciara el papelero, me sorprendió enterarme de que eso no iba a ocurrir nunca. Si la oficina está sucia, bueno, cada uno tendrá que limpiarla. ¿Se le acumuló basura? Entonces busque la bolsita del color correcto, ponga su basura ahí, y vaya a dejarla en los días designados a los puntos de acopio. Por cierto, esto significa que en este gran campus donde estoy, y de hecho por kilómetros a la redonda, *no existe ningún basurero público*. Si usted necesita deshacerse de algo, no queda más remedio que guardarlo en alguna parte, y botarlo cuando llegue a la casa. Considerando eso, la permanente limpieza de las calles es una prueba de lo ordenados y sistemáticos que son los japoneses. Admirable.
Ahora bien, si fuera sólo el tema de la basura, bueno, uno se acostumbra y listo. Pero no, todo, todo tiene un nivel de complejidad más allá del que uno se imagina. Ahí están las calles para probarlo. Nuestra herencia española nos ha dejado, al menos, una cosa muy útil: la numeración de las calles. El trazado cuadriculado de las ciudades españolas, partiendo desde cero en la plaza de armas, y aumentando de numeración hacia los suburbios, es de lo más práctico. En Japón, sin embargo, el lema parece ser, ¿para qué hacer sencillo lo que puede ser complicado? Y es así como las direcciones en Japón siguen un modelo completamente distinto, que es de las sucesivas subdivisiones. Tomen nuestra dirección. En japonés, se escribe en la forma: Fukuoka 816-0811, Kasuga, Kasuga Koen 1-31, 3-204. Primero, la prefectura (Fukuoka-ken), y luego el código postal, indicando la subdivisión de Fukuoka-ken correspondiente. Luego la ciudad dentro de la prefectura (Kasuga-shi), el sector de esa ciudad (Kasuga Koen), un número de subdivisión de ese sector (1), otra subdivisión adicional, parecida a nuestras "cuadras" (31), y luego, por fin, el número del edificio (3), y el número de departamento (204). Todo muy ordenadito si se cuenta así, pero como la numeración ha sido colocada de modo más o menos arbitraria, es completamente impráctico a la hora de llegar a una dirección desconocida. Lo cual nos devuelve al tema de los mapas, sin los cuales sería una tarea imposible.
Por suerte, siendo extranjeros, no se espera de uno que sepa o practique todos estos detalles, pero sólo observarlos manifestarse a diario abruma. Me contaba mi profesora de japonés, por ejemplo, que ella no puede usar kimono. ¿El problema? ¡Es demasiado complicado! La yukata, el traje típico de verano, es sencilla, pero el kimono, el verdadero kimono, es una historia completamente distinta. Capas y capas de tela que envuelven y aprisionan el cuerpo, un traje que es imposible ponerse sin ayuda, y con el que algo tan mundano como ir al baño se convierte en una tarea titánica (por lo que nos han contado). Y como el kimono tiene una "protuberancia" en la espalda, que es parte de la complicada arquitectura del traje, está hecho para andar en carruajes del siglo 18 más que en automóviles compactos del siglo 21, lo que significa que para subir o bajarse de un auto pequeño la pobre japonesa debe hacer toda una serie de contorsiones para que la pieza no se trabe en la puerta o el techo del auto.
Y está aquella costumbre de los sobrecitos con dinero. Funerales, nacimientos, matrimonios, graduaciones, mayorías de edad, todo evento puede ser marcado por la entrega de unos extraños sobrecitos, que tardamos varios minutos en aprender a abrir la primera y única vez que compramos, dentro de los cuales va típicamente dinero. Y además, todos los sobres son distintos. Decenas de modelos distintos se ofrecen en las librerías, cada uno para una ocasión distinta. De hecho, cuando compramos, pocas semanas después de llegar a Japón, para enviar algunos de regalo a Chile, compramos uno blanco con negro que nos gustó, sólo para enterarnos después que ése era para funerales. Nunca lo enviamos, obviamente.
Y la ceremonia del té. Ese exquisito rito ancestral, que seguramente condensa todo ese espíritu de precisión repetitiva que a los japoneses parece encantarles. Esta ceremonia proviene en realidad de China, pero leí por ahí que algún chino decía que la versión china enfatiza el "té", mientras que la japonesa enfatiza la "ceremonia". Ya mencionamos algo de ella cuando contamos nuestra visita a la casa de Atsuko-san en Oita. Cada elemento de la sala del té está puesto ahí con una intencionalidad determinada, así como cada pequeño movimiento. Qué mano hay que mover en qué momento, cómo hay que servir el té, cómo tienen que tomarlo los invitados, toda una ritualidad invariable. La proverbial meticulosidad oriental.
Sabiendo todo esto, es completamente lógico que una técnica como el origami sea propia de estos países, y si bien es posible que haya nacido en China, es sin duda en Japón donde floreció y recibió su nombre actual. Es parte de la vida de todo niño aprender a hacer estas figuritas de papel que pueden llegar a ser verdaderas obras de arte. Si uno quiere aprender, aquí está todo: buenos libros, más de algún amigo o amiga deseoso de enseñar, y por supuesto, papel, buen papel, no como ese papel lustre chileno minúsculo, sino uno de buen tamaño, con atractivos diseños, digno de la obra en que se va a convertir. En el jardín, en el trabajo, durante una enfermedad, todo es una ocasión propicia para prácticar este arte encantador. ¡Hasta el papel higiénico! Bueno, no sé si ésa es la razón, pero es un hecho que más de una vez he encontrado que el papel higiénico en casas o baños públicos tiene la punta cuidadosamente doblada, de modo que el extremo visible del rollo forma una artística "V" en vez de un fome rectángulo. ¿No será mucho?
A lo mejor, pero hasta las manías más raras pueden servir para algo. Hace algún tiempo hizo noticia la puesta en órbita de un nuevo modelo de "barca espacial", propulsada por el viento solar. Distintos países han probado ideas, pero es un tema difícil, porque las "velas" tienen que ser muy delgadas, y muy grandes, y por tanto tienen que ser cuidadosamente empaquetadas en la nave espacial que las ponga en órbita, donde finalmente se despliegan. Bueno, los japoneses pusieron en órbita un nuevo modelo de velas, más exitoso que los de la competencia, por su mejor modo de empaquetar las velas. Lo cual motivó que uno de los ingenieros del proyecto equivalente europeo comentara que "por supuesto, los japoneses son famosos por su tecnología de plegado".
Y como si ya no tuvieran la cabeza llena de cosas que recordar, se les ocurre contar los años de la manera más enrevesada imaginable. Porque para cualquier occidental más o menos informado, estamos en el año 2005, pero acá en Japón estamos en el año 17 de la era Heisei. Lo que pasa es que los años son marcados por el emperador de turno. (El emperador se llama Akihito, pero su nombre de emperador es Heisei. El anterior era Hirohito, que es el nombre que uno siempre lee en los libros de historia, pero su "era" es la de Showa... no me pregunten por qué esta complicación adicional.) Bueno, esto significa que ya no sé en qué año nací, y cuando tengo que llenar un formulario siempre tengo que mirar mi tarjeta de salud, o que algún japonés saque la cuenta por mí. Y se demoran. No es simple. Y entonces uno no se explica por qué prefieren gastar tiempo calculando en qué año estamos, en vez de seguir la corriente mundial. Pero, con una templanza envidiable, perseveran hasta conseguir el objetivo.
Y si acordarse de cómo contar años no es suficiente, entonces agreguémosle que tenemos que acordarnos cómo tenemos que contar cualquier cosa. Yo lo estaba pasando más o menos bien aprendiendo japonés, hasta que me di cuenta de que no da lo mismo contar plátanos que naranjas. El japonés es un idioma tan raro, que hay distintos "contadores" para distintos tipos de objetos. Por ejemplo, los objetos planos (camisas, CDs, hojas de papel, etc.) son "-mai": 1-mai, 2-mai, etc. Los objetos alargados (plátanos, paraguas, lápices, etc.) son "-hon, -bon o -pon" según corresponda: 1-ppon, 2-hon, 3-bon... Y así, al infinito: hay contadores especiales para años de edad (-sai), años en general (-nen), animales (-biki, -piki), cosas pequeñas (-ko), personas (-nin), horas (-ji), y quién sabe cuántas más.
Porque si se trata de complicaciones, quizás la más grande la ofrece el propio lenguaje japonés. Pero eso, desafortunadamente, es una historia que merece un capítulo aparte. Dejémoslo para el próximo.
Por ahora, algunas fotos para amenizar la historia de hoy:
Nuestra basura, en la época en que todavía no estábamos muy organizados con el tema:
http://spl09.esst.kyushu-u.ac.jp/gallery/vida/aag
Un mapa de la zona donde vivimos, donde se pueden apreciar esos numeritos que ayudan a localizar un lugar. Como se ve, no es completamente aleatorio, pero como un (1) a veces está al lado de un (8), es muy fácil caer en un sector altamente equivocado sólo caminando unos pasos. Andar con mapa es imprescindible:
http://spl09.esst.kyushu-u.ac.jp/gallery/mapas/aab
Señoras con kimono (debemos tener mejores fotos, pero todavía no las subimos):
http://spl09.esst.kyushu-u.ac.jp/gallery/maizuru/aad
Y tías del jardín del Alejandro en yukata, para comparar:
http://spl09.esst.kyushu-u.ac.jp/gallery/natsumatsuri/aaa
Y eso sería por hoy. Muchos saludos para todos. Hasta la próxima.
Víctor