Hola. Poco a poco, Japón se va vistiendo de rojo, por la llegada del otoño. Ya no hace el calor de agosto ni mucho menos. Las lluvias impredecibles han cesado. Hemos comenzado a dormir con las ventanas cerradas. Nuestros ventiladores están acumulando polvo. Esta semana comencé a usar polerón, y cualquiera de estos días empezaré a usar camisas en vez de poleras de manga corta. El círculo de las estaciones se comienza a cerrar, y nos acercamos a la mitad de este viaje, al final de nuestro primer año en Japón.

Hace algunos días, los rigores del turismo científico nos llevaron a Matsuyama, una ciudad que nos dejó gratamente sorprendidos. Algunas de nuestras vivencias durante este viaje están contenidos en una pequeña serie de artículos que comienza hoy.

Saludos,

Víctor

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Fukuoka monogatari

Capítulo 12. Matsuyama (primera parte): Matsuyama e ikimasu.

Vamos a Matsuyama.

Entre el 26 y el 29 de septiembre se desarrolló la versión 116 reunión de otoño de la SGEPPS (Society of Geomagnetism and Earth, Planetary and Space Sciences), en la Universidad de Ehime, ciudad de Matsuyama, Japón. Fue la primera conferencia en Japón a la que asistí, así que estaba muy entusiasmado con el viaje. Como no hay que perder las oportunidades de pasear, Jacqueline y Alejandro también fueron, y los días previos estuve averiguando en Internet todo lo que pude acerca de la ciudad, para turistear con conocimiento de causa.

Matsuyama se encuentra en la isla de Shikoku, que está hacia el noreste de la isla de Kyushu. Shikoku significa "cuatro países", y eso se debe a que la isla está dividida en cuatro prefecturas. En la prefectura de Ehime, ahí está Matsuyama. Como todo el grupo de trabajo de Hada fue a la conferencia, no hubo gran problema con el transporte. Hada nos llevó en su auto. La idea era viajar desde Fukuoka a Oita, al oeste de Kyushu, donde tomaríamos un ferry hasta Shikoku. Ahí seguiríamos en auto hasta Matsuyama.

El viaje no tuvo mayores contratiempos. En nuestro camino, casi al llegar al punto donde tomariamos el ferry, pasamos por Buppa, una ciudad pintoresca porque le salen humitos por todos lados. Al lado de las calle, entre los árboles, por todas partes columnas de humo blanco. Son los "onsen", las aguas termales que abundan en Japón, y que son toda una tradición local. En Chile tenemos termas por cierto, como buen país volcánico, pero allá con suerte uno se ha encontrado alguna. Acá están por todas partes, y los japoneses son asiduos visitantes de ellas.

No en vano esto de meterse en el agua caliente es algo de todos los días. ¿Recuerdan el capítulo del hospital, la escena con el viejito en la piscina? Bueno, con los meses aprendí que ese dramático episodio era de lo más convencional acá. En baños públicos y en la casa, la rutina es siempre la misma. Uno se ducha *fuera de la tina*, para lavarse y enjabonarse. Sólo entonces, ya limpio, uno se mete a la tina (ofuro) con agua caliente, para quedarse ahí y relajarse. Bueno, eso es lo que hacen los japoneses, porque nosotros, como buenos occidentales, seguimos con la brutalidad de ducharse dentro de la tina y eso sería todo.

Pero Buppa y sus omnipresentes onsen no eran nuestro objetivo. Nosotros íbamos a los ferries. Llegamos al terminal con suficiente tiempo para almorzar antes de partir, así que elegimos uno de los locales de comida dentro del terminal. Lo más notable de este local era que tenía un "detector de clientes", que se activaba cuando una persona entraba a o salía del local. Si la persona entraba, se escuchaba una voz de mujer diciendo "irasshaimase" (bienvenido); si uno salía, la voz decía "arigatoo gozaimashita" (gracias). Simpático. El problema es cuando llegaba un niño que le parecía de lo más entretenido entrar y salir a cada rato: "irasshaimase"..."arigatoo gozaimashita"... "irasshaimase"..."arigatoo gozaimashita"..."irasshaimase"..."arigatoo gozaimashita"... enervante.

De todos modos, hay que decir que acá en Japón todo habla. Ignoro por qué, pero es completamente normal que las cosas acá se despidan de uno o lo saluden. Los ascensores le avisan a uno que "las puertas se van a cerrar", o "tercer piso, las puertas se van a abrir". Los autos avisan que están retrocediendo. Los buses avisan cuál es la próxima parada. La estación avisa que viene un tren, en qué andén y a qué hora sale. Todo, todo automático, preciso, mecánico, sin errores. Y casi siempre es una voz de mujer, por supuesto. Hasta los teléfonos se despiden cuando uno los deja de usar: algunos teléfonos, cuando uno cuelga, dicen "arigatoo gozaimashita", y en la pantalla se ve el dibujo de una mujer con correcto traje de dos piezas, las manos cruzadas por delante del cuerpo, haciendo una reverencia al cliente de carne y hueso. Surrealista.

Bueno, terminada nuestra comida, nos preparamos para abordar el ferry. Fue emocionante, digámoslo (primera vez que nos metíamos con auto y todo a un barco). Alejandro en particular estaba muy contento. Disfrutó toda esta idea de ir por el mar por primera vez. Y aunque hacía bastante frío de repente por el viento, corrió mucho por cubierta de un extremo a otro del barco, y mirando el mar por la borda.

Tras un poco más de una hora de viaje, llegamos a una ciudad chica cuyo nombre nunca supimos (curiosamente no había ningún letrero de "bienvenidos"), y partimos en auto hacia la prefectura de Ehime y a Matsuyama. Era ya de noche, así que nos registramos en el hotel, y salimos a comer con todo el grupo. Fue una típica cena de restorán japonés, con muchas, muchas cosas chicas que probar, algunas más ricas que otras para mi gusto. Verduritas, camotes, peces, arroz, sopas, carne en pedacitos chicos... Jacqueline anotó el nombre de varias de esas cosas, pero eran muchas. De repente creíamos que habíamos terminado, pero aparecían más platos en seguida.

Pero hasta los comensales más entusiastas tienen que dormir, y nos fuimos. A acostarse, porque al día siguiente comienza la conferencia.

Lo cual es parte de la próxima parte de esta historia. Saludos,

Víctor