Hola. Comment allez-vous? Llegamos de Francia. Niza es una ciudad muy bella, y entre conferencia y paseo, se me hizo corta la semana. Pero ya habrá ocasión de hablar de eso. Ahora tengo que cumplir con mi deber de terminar nuestros relatos en Matsuyama, con la última y cuarta entrega de esta serie. Yo sé que la ansiedad los está consumiendo. Quizás no es tan entretenido como el anterior, pero es más, digamos, "emocionalmente" significativo. En fin. Por ahora eso es todo. Nos vemos.

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Fukuoka monogatari

Capítulo 14. Matsuyama (cuarta parte): El tifón, Oita, y la ceremonia del té.

El capítulo anterior terminó con amenaza de tifón, el número 21 de este año. Por supuesto, como estaba previsto, el tifón llegó. El muy maldito nos venía siguiendo parece, porque su dirección original era hacia Corea, pero cuando llegó a Okinawa giró en 90 grados y se fue derechito a Matsuyama. Esto generó una estampida de japoneses que arrancaron, de modo que el últmo día de conferencia fue más o menos solitario. Incluso los alumnos de Hada se fueron. Sólo Hada se quedó, decidiendo irse al día siguiente del tifón.

Este último día en Matsuyama había al menos tres lugares más que queríamos visitar, para que nuestra visita fuera completa: uno era el Cementerio Ruso, recuerdo de la guerra ruso-japonesa, a principios del siglo XX. Otro es un tambor que hay sobre el Dogo Onsen, y que suena todos los días a las 6pm, uno de los sonidos que los japoneses declararon alguna vez deseaban preservar para la posteridad. Lo tercero era alguno de los templos sagrados de Shikoku. Una de las características de la isla de Shikoku es que hay 88 templos que forman parte de una especie de "circuito espiritual". Por cierto hay muchos más templos, pero esos 88 forman parte de un recorrido especial. Algunos de esos templos están en Matsuyama, y queríamos ver uno al menos. Pero el tifón nos alteró completamente los planes. En la mañana Jacqueline y Alejandro fueron al Cementerio Ruso, pero viendo las fotos después nos dimos cuenta de que *no era* el famoso cementerio, y que tendríamos que salir de nuevo a verlo. Pero con el viento y la lluvia comenzando a arreciar, la verdad es que nos dio miedo y no fuimos a ninguna parte. Nos tuvimos que contentar con salir en la noche a sacar fotos a la Universidad de Ehime, al sitio de la conferencia, para tener un recuerdo de eso al menos.

La mañana siguiente tendríamos que madrugar, pues Hada quería salir a las 7, y así alcanzar el ferry de las 10 a Oita. No es que el muelle de los ferries esté tan lejos de Matsuyama, pero el tifón podría haber provocado trastornos en el camino. Además, el "sistema de navegación" del auto de Hada no estaba funcionando fuera de Kyushu, y por tanto existía la posibilidad de que nos extraviáramos.

[ Nota tecnológica: el "sistema de navegación".

En Japón es bastante usual que los autos tengan "sistema de navegación". Una pantalla frente al conductor va indicando la posición del auto en la ruta. Esto gracias a un CD que tiene los mapas necesarios, y un GPS que permite saber dónde estamos. Los mapas se pueden ver en distintas escalas, de modo que son útiles tanto para la carretera como para buscar una calle en la ciudad. Lo que no estaba funcionando era el CD con los mapas de fuera de nuestra isla de Kyushu, pero mágicamente se arregló durante nuestro regreso.

Fin nota tecnológica.]

Así las cosas, dejamos tempranito esta bella ciudad, que nos dejó tan gratamente impresionados. El plan era tomar el ferry, llegar a Oita, ciudad en la costa oriente de la isla de Kyushu, juntarnos con una amiga de Hada que vive ahí, y luego cruzar en auto la isla hasta llegar a la costa poniente, a Fukuoka.

La amiga en cuestión era Atsuko-san, una joven muy simpática a quien Hada conoce porque son violinistas en la misma orquesta de Fukuoka. Su idea era ir al acuario de Oita, Uminotamago ("huevo de mar"). Alejandro y Jacqueline quedaron fascinados. En particular fue toda una experiencia para Alejandro. Respecto a mí, digamos que haber estado en el acuario de Sidney lo pone a uno más exigente. Eso no significa que el de Oita no sea impresionante. Es simplemente que el de Sidney es... impresionante. En fin, estamos en Uminotamago. Con esa vitrina *llena* de sardinas, el estanque con tiburones y mantarrayas que pasan una y otra vez por tu lado, y por supuesto las medusas, una de las vitrinas más lindas, pues tenían una iluminación con colores cambiantes. Entonces uno veía a esas cosas tan lindas y tan peligrosas en rojo, blanco, azul, verde y amarillo, en un lento baile que era a su modo sobrecogedor. Alejandro estaba muy excitado con todo esto, suficiente para vencer su habitual timidez y soltarse con Atsuko-san. Al final, estaba de lo más amigo de ella, llamándola para que viera los peces y diciéndole de repente cosas en japonés.

Terminada la visita al acuario, fuimos a dejar a Atsuko a su casa. Más sorpresas nos esperaban.

Hada hizo todo el esfuerzo para decir que era tarde, y que sólo nos quedaríamos 5 minutos, suficiente para un café. Pero la verdad es que fuimos completamente superados por la hospitalidad de las mujeres que vivían en esta casa. Junto a Atsuko estaban una hermana y su madre, y nos tenían preparada una completa cena japonesa que, ya ahí, no podíamos rechazar. La casa ---inusualmente grande para los estándares japoneses---, la familia de mujeres, la foto de algún pariente en traje militar, todo le recordaba a Jacqueline la novela que justo estaba leyendo entonces, "Confesiones de una máscara" de Yukio Mishima.

La cena comenzó sirviéndonos sake, licor de arroz japonés, en un pocillo minúsculo. Yo no tomo alcohol, pero hice el esfuerzo, por la gentileza. Es *muy* fuerte. Teníamos frente a nosotros sopa (muy salada), dos rollos de sushi, más arroz por allá, y flan de postre. Pero siguieron ofreciendo cosas. Después llegó ensalada con dos tomatitos chicos y tres trozos de carne, y "taruto", el dulce tradicional de Matsuyama, que es como un brazo de reina. Por supuesto es muy rico. Yo ya habia probado antes, pero es rico igual. Alejandro no comió, porque estuvo todo el rato en la pieza del lado. Como en esta casa reciben a los hijos de los muchos primos que tienen, en esa pieza tienen muchos trenes, líneas, y muchas cosas del tren Thomas, el programa favorito de Alejandro. Hasta le consiguieron pilas nuevas para que todo funcionara como corresponde, y la hermana de Atsuko se pasó todo el rato con Alejandro.

Tras la cena me ofrecieron té, del verdadero té que se usa en la ceremonia del té. La ceremonia del té es un rito tradicional, muy complicado, algo que sólo la meticulosidad oriental podría generar. Una habitación especial, utensilios específicos, y movimientos predeterminados, conforman un ritual que los niños y sobre todo niñas aprenden desde pequeños, aunque sean pocas las oportunidades de practicarla. Hada me advirtió que la manera de disfrutar este té es comiendo un dulce antes, así que comí uno de los que tenía frente a mí. La dueña de casa trajo entonces un gran recipiente con un líquido verde espumoso, y me puso una servilleta al lado, para el dulce por supuesto. Y entonces nos preguntaron si quería ver cómo preparaban el té.

En el living tenían varios recipientes con el té verde, semipreparado, pues aún no estaba espumoso. Nos invitaron a pasar entonces a la "sala del té". La señora se hincó en el tatami, de espaldas a nosotros, mirando hacia la esquina. Revolvió el té con una escobillita de madera, y quedó espumoso. Nos arrodillamos en el tatami, ella puso el pocillo frente a nosotros y lo tomamos. Típico sabor amargo del té sin azúcar.

Nos explicaron que cuando hace frío, se pone el calentador de metal (que estaba en la esquina), en un punto particular del tatami. Detrás de nosotros, un lienzo rectangular con una pintura, flores, muñecas, y una caja donde teóricamente debería haber cigarros. La idea es que todos los sentidos se involucran en la ceremonia del té: el aroma de las flores, la vista de la pintura, el gusto a tabaco, y por supuesto el sabor del té.

Para inmortalizar el momento, nos quisimos tomar una foto. Nos pusimos en cualquier orden, pero la mamá de Atsuko nos dijo explícitamente que nos pusieramos a la derecha de ellas, como corresponde a los invitados.

Mientras nos preparábamos para irnos, llegaron con dos bolsas, una para Hada y otra para nosotros, con "kabosu", unos cítricos verdes, como limones, y que se pueden usar para aliñar ensaladas, o con agua caliente como limonada.

Un poco agobiados con tanta gentileza, logramos llegar a la puerta, pero mientras nos poníamos nuestros zapatos, ahí estaban estas tres mujeres, *arrodilladas frente a nosotros*, esperando a que terminarámos, y las tres, aún arrodilladas, al unísono despidiéndose con una reverencia. Yo había visto esto en la tele no más, y me parecía de lo mas peculiar, pero ahora era verdad, una auténtica despedida japonesa. Como occidental, uno siente una mezcla de bienestar por la abrumadora humildad del gesto, e incomodidad, de saber que de uno depende que se paren. Ya en el auto, fuera de la casa, no dejaron de despedirse de nosotros hasta que desaparecimos de su vista...

La verdad es que no sé si soy capaz de describir correctamente las sensaciones de esta visita. Una experiencia típicamente japonesa, fue un poco como la suma de todas las amabilidades que los japoneses y japonesas que hemos tenido la suerte de conocer ---como amigos o como perfectos desconocidos--- nos han prodigado, y que hacen de este país un lugar verdaderamente encantador. Por lo menos, éste fue un día inolvidable.

Hasta la próxima.

Víctor