Fukuoka monogatari

Capítulo 19. Undoukai.

Hola. Tanto tiempo. Como siempre. Cada vez pasa más tiempo entre estos capítulos. Es evidente que no voy a alcanzar a decir todo lo que me gustaría contar de Japón antes de irme, simplemente porque no encuentro la oportunidad. Por eso, este capítulo es un poco diferente.

Lo que pasa es que me temo que, desde ahora, los eventos se van a suceder vertiginosamente, y no voy a poder describir lo que va pasando. De hecho, es lo que ha pasado este año. El primer año en Japón pude ir escribiendo a ritmo regular, pero desde marzo más o menos, ha sido imposible. Desde marzo hasta septiembre, he tenido la suerte de estar en Kioto, que no me voy a cansar de decir que es una de las ciudades más maravillosas que uno pueda visitar; en Tokio, un monstruo de ciudad, el ejemplo del Japón moderno; en Singapur, una ciudad/país/isla que es alucinante en su diversidad cultural, donde uno camina 10 minutos y pasa de árabes, a chinos, y luego a hindúes; en Inuyama, una ciudad chiquitita pero encantadora, rica en tradiciones como todas en Japón (la pesca con cormoranes, el encanto de las muñecas mecánicas, el castillo más antiguo de Japón); y de pasadita en la Expo Aichi, la exposición mundial (a la que Chile no vino) que se efectúa hasta mañana, 25 de septiembre, y que tuve la suerte de poder ver una semana antes de que terminara, y donde nuevamente la diversidad cultural de Asia me fascinó. Y todo eso sin contar las muchas cosas que hemos hecho o nos han pasado en Fukuoka.

Así que tengo un montón de fotos, un montón de recuerdos, un montón de historias, pero no hay tiempo para sentarse a escribir. Hoy, sin embargo, haré una excepción, porque tengo unos minutos, y porque ayer pasó algo distinto.

Ayer fue el "Undoukai" en el jardín de Alejandro. Todos los años, en Septiembre, que es el comienzo del otoño en Japón, en todos los colegios de Japón se realiza este evento, que es una competencia atlética. Niños con uniforme de gimnasia en la calle, prácticas en los patios de los colegios, un comercial de cámaras digitales Panasonic en televisión con el papá grabando a su hijo participando en una carrera, son imágenes habituales durante este mes. Los japoneses tienen esto de que les gusta hacer cosas "en patota", tienen un sentido colectivo muy fuerte: en primavera todos van a comer bajo los árboles de sakura; en Año Nuevo todos irán a presentar sus respetos a los templos, y verán la competencia del equipo Rojo versus el equipo Blanco en el canal de NHK; en verano, todos irán a los festivales de verano, natsumatsuri, y se sentarán a mirar los fuegos artificiales en los parques; y en otoño, todos participarán de la competencia atlética, el undoukai.

Y esta vez, Alejandro estaba ahí. El asunto es que yo soy un sentimental, y este evento me hizo un nudo en la garganta en varios momentos. Alejandro participó harto. Al principio, se puso un uniforme especial y salió tocando el tambor junto con otros niños, como una banda. En el festival de verano del jardín también había practicado tocar los tambores, pero a último momento no quiso, y nos dejó frustrados. Y eso, a pesar de que obviamente estaba entusiasmado, e iba contando, en los días previos, cómo había sido la práctica ese día. Y ahora hizo lo mismo, pero había que ver si su entusiasmo le alcanzaba para participar sin problemas, y la verdad es que nos dio mucho gusto ver que así fue. Salió, tocó su tambor, e hizo todo lo que había practicado.

Más tarde participó en una carrera de relevos con otros tres compañeros, y en una secuencia de gimnasia con muchos más. Verlo correr ("igualito que los niños de la tele"), concentrado esperando su turno, después verlo hacer los ejercicios con los otros niños, son cosas que no esperábamos. Hacían figuras: flores, mariposas, un bote, subirse arriba de otro compañero haciendo una torre, afirmar a otro compañero haciendo una carretilla, etc. Quizás cuando piense en esto años después me va a parecer una tontera, pero como papá, ésta es una de esas experiencias que no se olvidan, y que son tremendamente significativas.

Y no es sólo por ser papá y por ser ésta la primera vez que vivo algo similar. Es también porque, en muchos sentidos, este undoukai es la culminación de un larguísimo proceso. Mientras filmaba tratando de que no me temblara la mano, recordaba los llantos de Alejandro cuando probamos un primer jardín al que no se pudo acostumbrar, y después la energía de Oohashi-sensei, su profesora actual, para tomarlo y llevarlo dentro de la sala aunque no quisiera; lo difícil que fue para Alejandro adaptarse a costumbres, reglas, personas, y un idioma completamente incomprensible; su declaración de que "no tenía amigos en Japón", y unos meses después, diciendo que "tenía tres amigos"; nuestra incapacidad de ayudarlo con el idioma porque nosotros tampoco sabíamos japonés; y en general, su lenta, muy lenta integración a un jardín donde nos han tratado fantástico, pero donde, al final, nada se puede hacer para acelerar ciertos procesos naturales. Y recordaba también la alegría de ver cómo su japonés iba mejorando progresivamente, cómo habla con más naturalidad de sus compañeros, cómo disfruta estar entre ellos, cómo piensa en invitarlos para su próximo cumpleaños (lo que va a ser imposible), hasta llegar a este momento, de pie sobre la espalda de dos compañeros, con los brazos extendidos, equilibrándose.

Sí, seguramente es una tontera, y no sé realmente si debería estar escribiendo estas cosas que son un poco íntimas. Pero supongo que necesito desahogarme. Perdón por eso. Japón es un país del que me he enamorado. Quizás, como no he escrito suficientemente seguido, no han participado de ese proceso, y este capítulo de "Fukuoka monogatari" parecerá extraño, y dirán "pero cómo tanto". Pero sí, es tanto. Y esto era algo que necesitaba escribir. No tengo fotos del evento todavía (aún están en la tarjeta de la cámara). Ya vendrán.

Gracias por su atención. Perdón por el exabrupto.

Víctor